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Formatos, archivo, ruido

Fragmentos para un texto en progreso

Un poco más allá de la pregunta de Ian Hacking sobre si «vemos» una ecografía -pero muy relacionada con ella- está la pregunta sobre el Archivo en la era digital: ¿se escuchan las voces de lxs muertxs si alguien deambula, como Michelet, por los archivos durante mucho tiempo, o lo que se escucha es el ruido de la electricidad golpeando la arena de los circuitos? Los paisajes a los que nos acercamos demasiado rápidamente pertenecen a los del humanismo (la memoria) y el poshumanismo (la circulación). Wolfang Ernst en su texto «El archivo como metáfora. Del espacio del archivo al tiempo del archivo» (2018 [2004]) trabaja varias oposiciones para presentar los desplazamientos del Archivo desde la arqueología de medios (versión propia). Litigando con la narrativa y la memoria, Ernst dice que el archivo, más evento que lugar, no cuenta historias, no significa sino externamente. Ya no guarda sino que pone a circular; no almacena, más bien transfiere. Hay mucho para conversar a partir de ese texto pero un gesto ya tradicional que podemos imponerle a la discusión de estas antinomias es analizarlas como signo de época o contexto, devolviendo la historicidad a lo que parece una disyuntiva inapelable. Tal vez fetichismo sea el término que pueda operar con las dos postales, la de los gritos en los archivos y la de las auras magnéticas de las máquinas en su terca comunicación.

Escena primordial del fetichismo

Ernst, en otro de sus textos («Dis/continuities. Does the Archive Become Metaphorical in Multi-Media Space?») piensa a través de casos las potencias de la arqueología de medios. Uno de esos casos trata sobre un archivo de sonidos (parece un oxímoron pero había sonido antes de los documentos y cuando se lo comenzó a inscribir en una superficie como la de los cilindros de cera a través de un fonógrafo todo lo que sabíamos de los archivos empezó a resquebrajarse). Es sobre el archivo de fonogramas de Berlín, el archivo de E. M. von Hornbostel (y Carl Stumpf) que tan bien conoce Miguel Ángel García y sus investigaciones sobre las músicas de los habitantes de Tierra del Fuego. La breve historia de Ernst cuenta cómo ese archivo concebido a la manera de una guarda de las músicas del mundo (por decirlo mal y a las apuradas, mejor sería relacionarlo con formas de clasificación del «exótico» mundo colonial) se dispersa, se va perdiendo, desaparece. Por razones humanas pero también técnicas (para cuando les humanes quieren reconstruirlo, a finales del siglo XX, ya no es fácil hacerlo). Más cerca de nuestro tiempo, un proyecto avanza en la recuperación del fondo. Funcioa más o menos así: un dispositivo recupera las señales de audio de los surcos de los cilindros de cera galvanizados, a partir de una «desviación óptico-analítica», y luego un endoscopio «lee» y graba lo expuesto gráficamente, re-traduciendo datos visuales a sonidos. Dice Ernst que si en algo cuenta (y ese cuenta significa mucho en el pensamiento del filósofo) la diferencia entre sonido, imagen y texto para la computadora, solo significará diferencias entre formatos. Pero entonces, se pregunta, el fragmento denominado «Tantine», interpretado por Rosalasaka, testimonio del pueblo Vedda, grabado por M. Selenka en 1907, escuchado por los habitantes de la entonces Ceilán y también por nosotros gracias a Spotify, al Smithsonian, y a les especialistas que hicieron «la magia del ingeniero» (en lugar de la de la etnógrafa, claro), «¿es un mensaje o un ruido?».

Ernst dice que la mirada de la persona arqueóloga de medios interpreta sinestésicamente esa circulación y esas discontinuidades, introduciendo la «vista» de la espectrografía de la memoria sónica del mundo. Agrega que esa perspectiva disuelve cualquier unidad semántica de sentido en discretos bloques de señales.

Parece el paisaje del poema de Brauntigan, «Vigilados todos por máquinas de amor y gracia», porque ese prado original está en el centro de los imaginarios salvíficos de la era digital, de los que habla Fred Turner en su libro sobre las conexiones, extrañas, muy extrañas, entre la contracultura y la cibercultura en Estados Unidos.

Y entonces «no hay software», el llamado de F. Kittler, también puede ser un grito anticorporativo, un anti-antihumanismo, un fetichismo radical.

Links:

Rosalaka grabada por Selenka. Cedé del Smithsonian

Apéndice (ejemplos de sonido) del libro de Carl Stumpf, The origins of Music

Página de Miguel Ángel Garía en academia.edu

Richard Brautigan, «Vigilados…»

Fred Turner, From Counterculture to Cyberculture

Cedé del Smithsonian en Spotify

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