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Finn Brunton sobre el spam

Después de leer el excelente Spam: A Shadow History of the Internet pensé que había que traducir algún texto corto de Finn Brunton. En su página web encontré muchos otros textos para leer y uno, periodístico, sobre el correo nigeriano, uno de scams más famosos (al que Brunton le dedica toda una sección en su libro).

El breve texto que traduje -mal como siempre- fue publicado hace unos años en The Boston Globe, el 19 de mayo de 2013, con el título «The Long, Weird History of the Nigerian E-Mail Scam». Es una buena introducción a la manera de enfocar las problemáticas tecnológicas que tiene Brunton (y nos queda pendiente una conversación más larga sobre corrupción y eurocentrismo).

 

La larga y extraña historia de la estafa del correo electrónico nigeriano

A principios de este año, miles de personas revisaron su correo electrónico y encontraron una sorpresa: un soldado estadounidense necesitaba ayuda, y a cambio habría algo para ellos, si lo ayudaban. Era un sargento anclado en Irak, explicó. Había acumulado millones en billetes de cien dólares -los más antiguos están siendo eliminados por el Tesoro- gracias al dinero que la ocupación estadounidense llevó al país. El soldado tenía que lavar ese dinero rápidamente, y necesitaba una cuenta bancaria en los Estados Unidos para hacerlo. A cambio de una parte del total, ¿podría usar la tuya?

Al leer esto es probable que ya estés sacudiendo la cabeza: el mensaje es obviamente spam. Esta carta electrónica de una guerra del siglo XXI parece un nuevo y cínico giro de una estafa que es un sello de la era de Internet: el fraude de pago anticipado, también conocido como «419» (por la denominación de fraude en el código penal nigeriano) o «spam de cartas nigerianas».

Enviados a decenas de miles de personas en listas de direcciones de correo electrónico, los mensajes 419 buscan una pequeña inversión por parte del destinatario a cambio de la promesa de una enorme ganancia, y luego crean obstáculos que requieren inversiones iniciales en el camino al pago, que nunca llega del todo. Por ridículo que parezca el engaño, puede funcionar. Aunque muchas de las estafas 419 exitosas no se reportan, el promedio de las que conocemos es de más de $5,000 por víctima estadounidense, con algunas perdiendo mucho más -$600,000 de un jubilado checo, $5.6 millones de un hombre de negocios estadounidense-.

La estafa de pago por adelantado parece perfectamente hecha para un medio como Internet, por el anonimato y por la capacidad de enviar miles de correos electrónicos con solo apretar una tecla. La estafa del tipo 419 se ha vuelto tan común, desde mediados de los años 90, que ahora es sinónimo de spam para mucha gente, hasta el punto de que el «príncipe nigeriano» sirve como una broma de taquigrafía en programas de televisión como «30 Rock» y «The Office».

Pero si Internet ha proporcionado una manera particularmente eficiente de llevar a cabo estafas de pago por adelantado, la estafa subyacente es mucho más antigua de lo que la mayoría de los usuarios de la Web piensa. El fraude de pago anticipado es en realidad una versión moderna de la estafa del «preso español», cuyas variaciones han sido documentadas desde la Revolución Francesa. Una mirada retrospectiva a la estafa sugiere que, lejos de ser un testimonio de los riesgos de Internet, es una ventana hacia impulsos y temores humanos mucho más profundos. La estafa tiende a surgir dondequiera que asumimos que la corrupción y la confusión están extendidas, y su larga y retorcida historia ofrece una especie de retrato negativo de la historia del mundo, los lugares de los últimos siglos donde esos temores han echado raíces más firmemente.

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Con el paso de los años la forma de la estafa de pago por adelantado se ha vuelto tan fiable que se puede detectar desde la primera frase, tan familiar como un blues de 12 compases. Llega un mensaje que dice ser de alguien que se encuentra en un lugar de la crisis global: el hijo de un oligarca ruso que necesita liquidar una caja de seguridad llena de Krugerrands, por ejemplo, o la esposa de un político nigeriano depuesto, con décadas de depósitos en cuentas suizas. El alegato se sitúa en un entorno de noticias globales reales, y puede aludir a una mezcla de instituciones verdaderas y falsas: AngloGold Corp, Apex Paying Bank, Novokuibyshevsk Oil.

El trato es el siguiente: vos hacés un pequeño desembolso inicial (la cuota por adelantado) a cambio de una enorme ganancia. Pero una vez que tragás el anzuelo, las cosas inevitablemente empiezan a ir mal. El personal de aduanas cambia, se necesitan nuevos sobornos, una persona clave en la transacción se enferma.

Sólo un poco más de dinero, promete quien te escribe, y obtendrás todo lo pactado. Cuanto más tiempo juegues, más caerás en lo que los economistas llaman la falacia del «costo hundido»: ya has invertido tanto dinero que parece una locura dar marcha atrás ahora. Al final, solo intentas recuperar lo que has perdido.

Incluso el tono de esas cartas es inmediatamente reconocible. Fueron escritas «como extranjeros bastante bien educados que hablan inglés, con una palabra mal escrita aquí y allá, y algunas ocasionales en un idioma extranjero». Esta cita no es de los últimos años: es de un artículo del New York Times de 1898, cuando la estafa del prisionero español -no así las computadoras- ya había estado funcionando durante décadas.

Aunque hay estafas aún más tempranas con esquemas similares, la primera versión reconocible del «prisionero español» surgió después de la Revolución Francesa. Fue así: llegó una carta describiendo a un aristócrata en el exilio, digamos, el marqués de _______, que al escapar de la violencia revolucionaria había arrojado un cofre lleno de joyas a un lago. Su fiel servidor, quien escribe esa carta de corazón, había regresado para recuperarla y lamentablemente terminó en prisión. Vos (un compatriota francés) ganarías una parte de ese botín con solo un poco de ayuda de tu parte en el pago de la fianza o en los costos de una fuga. El esquema funcionó: «de cien cartas de este tipo» enviadas por estafadores franceses, «veinte siempre fueron contestadas», escribió Eugène Vidocq, el criminal francés convertido en detective.

La estafa recibió su nombre un siglo más tarde, cuando se popularizó en los Estados Unidos durante la guerra entre España y ese país. La Habana y Madrid ofrecían el escenario perfecto para las promesas de las cartas –remotas, pero no inaccesibles; exóticas pero reconocibles; y llenas de mercenarios, aventureros y oficiales corruptos–. Con diaria y detallada presencia en las páginas de los periódicos de Pulitzer y Hearst, la guerra proporcionó un contexto ideal para la historia de un militar encarcelado en España con dinero escondido en los Estados Unidos (un cargamento de oro cubano, digamos), que podría recuperar con la ayuda del remitente. Reforzada por los acontecimientos actuales del argumento –fui capturado en la batalla de X, fui amigo del famoso soldado muerto Y– la estafa proliferó, y los productores de “prisioneros españoles” en la Costa Este hicieron rápidos negocios. En 1910, el escritor Arthur Train, el John Grisham de su época, podría aludir casualmente a una carta en un cuento, confiado en que sus lectores sabrían que el personaje estaba siendo engañado: «Caballero: arrestado en bancarrota les ruego su ayuda en la recuperación de un baúl que contenía doscientos cincuenta mil dólares depositados en una estación inglesa, siendo necesario para venir a España….».

A pesar de su popularidad en Estados Unidos, la carta del prisionero español fue modificada y adoptada en el extranjero en las décadas siguientes. En Nigeria, en particular, durante los salvajemente corruptos años ochenta, se enviaron millones de cartas de papel «419» (utilizando franqueo falsificado) a distintos lugares del mundo. Una vez más la estafa encajaba en el contexto: se podía esperar que las víctimas supieran sobre el dinero fácil que circulaba a través del boom del petróleo en Nigeria, con trabajadores en situación ilegal y fondos ministeriales para sobornos, de la misma manera que sabían sobre aventuras militares y oro escondido durante la guerra entre España y Estados Unidos.

Finalmente llegó Internet, el desarrollo para el que el «prisionero español» parecía hecho a medida. Las cartas podrían ahora evolucionar rápidamente, respondiendo en tiempo real a los cambios del mundo (como nuestro sargento con su dinero robado, que necesita moverlo siguiendo las noticias del tesoro norteamericano). A medida que los cibercafés se abrieron de Rotterdam a Lagos, crearon un lugar para enviar flujos masivos de mensajes, sin siquiera necesitar la mano de obra necesaria para falsificar el franqueo. El cambio de las cartas postales al correo electrónico significó que ahora podían incorporar enlaces a sitios y documentos que corroboren la historia, reforzando la pretensión de realismo en la que se basa la estafa. Hoy en día ajustar los detalles de la estafa a una nueva crisis es tan fácil como “cortar y pegar”.

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¿Por qué ha sobrevivido la estafa del pago por adelantado a través de todas estas épocas diferentes, hasta la era de Internet? En parte por la estructura de la estafa: es un fraude casi perfecto, se refuerza a sí mismo y es consistente internamente. Hay algo (más o menos) lógico en las causas por las que quien escribe está recurriendo a medidas tan extremas. La razón por la que el prisionero tiene el botín es la misma razón por la que necesita repartirlo con vos: es dinero sucio, está desesperado y está dispuesto a confiar incluso en un extraño. Esta dependencia mutua responde a la perenne sospecha de por qué estarías consiguiendo una parte del botín.

En última instancia, sin embargo, el prisionero español prospera porque todos tendemos a creer que, dondequiera que haya inestabilidad y corrupción en el mundo, alguien se está aprovechando de las circunstancias. ¿Por qué no deberíamos ser nosotros? Después de todo, no es como si estuviéramos robando a viudas y huérfanos. El dinero que se nos promete es un robo sin víctimas, producto de un ambiente corrupto, y si no terminara en nuestras manos, terminaría en las de los funcionarios corruptos.

Lo que esto sugiere es que a pesar de todas las formas en que la tecnología y la globalización han cambiado nuestro mundo, algunas cosas no han cambiado en absoluto. El spam de pago anticipado funciona porque estamos acostumbrados a que la extracción de recursos y los tiempos de guerra son zonas de codicia, confusión y coimas. Si el prisionero español sigue con nosotros después de siglos es un recordatorio de que hay más culpables en nuestro extraño mundo moderno que la tecnología misma. En cambio, la saludable persistencia de la estafa sugiere que todo puede achacarse a la naturaleza humana: a la avaricia y credulidad de nosotros, las víctimas, y al mundo corrupto y desconcertante en el que todavía estamos dispuestos a vivir.

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Finn Brunton es profesor asistente en el Departamento de Medios, Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York. Es el autor de Spam: A Shadow History of the Internet.

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